martes, 25 de diciembre de 2007

NAVIDAD


Hemos celebrado los cinco (Manu se ha quedado en Canarias, no ha podido venir). Comida navideña a base de pio nono y matambre casero (Laura, ídola) buen humor y un ruidillo de fondo inevibable por otras fiestas, cuando éramos muchos, cuando éramos tantos, cuando era tan bueno y no nos dábamos cuenta.
Como tantas cosas, uno se despierta cuando ya no están.
Hace varios años que no estamos todos juntos por Navidad. El año pasado Laura, Mili y yo estábamos en Argentina, el otro, estaban allí todos los chicos, el anterior otra vez nosotros, y así. El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos y estamos cada vez más desparramados, la verdad sea dicha. Esto de la globalización es un ventarrón que pega cuatro soplidos y termina cada uno en un punto cardinal distinto.
No tiene vuelta. No tiene arreglo.
Hicimos algo. Quisimos que en el árbol hubiera regalos de verdad, regalos sorpresa, y cuando llegaron los chicos se encontraron una cantidad de paquetes que no se abrieron hasta ayer a la noche. Fue muy bueno, volver a los diez y siete.
Un abrazo grande para todos, Feliz Navidad y el mejor 2008 que sepamos conseguir.

BROOKLYN FOLLIES - PAUL AUSTER

Me ha gustado mucho

Natham Glass, sesentón divorciado, pésimas relaciones con su ex, escaramuzas diversas con su hija única, vuelve a Brooklyn después de cantidad de años. A morir, según dice pero no se lo cree mucho, con un cáncer de pulmón a cuestas que parece que va remitiendo.

Lenta y casi imperceptiblemente, a partir del reencuentro con su sobrino Tom, a quien auguraba un porvenir brillante y ha terminado de taxista en Nueva Cork, rearma una especie de vida familiar recuperando sobrina (hermana de Tom, Aurora – Rory -, prisionera de un fanático religioso) su hija Lucy ( hija de Aurora ), su propia hija, y reconstruye un mundillo de afectos y de cálidas resonancias.

Personajes inolvidables (Harry, homosexual dueño de una librería de viejos, estafador consuetudinario), frecuentes guiños literarios, y un cinismo escéptico inicial que se transforma poco a poco en una mirada tierna y entrañable.

¿Cómo hace Auster para que sus personajes tengan carne y hueso?
¿Cómo coño hace?

viernes, 7 de diciembre de 2007

manos

tus manos que curan
que acarician
dibujan en el aire filigranas orientales
milenarias
tus manos
que arrancan maravillas de sartenes y ollas
que recorren mi piel en arabescos
sabias
tiernas
manos de paz, nunca violentas
tus manos que hablan
arrullan
calman
manos suaves
eternas
tu mano en la mía
tus manos
tus manos antes
ahora
siempre
en los niños que han sido
en los hombres y mujeres que son
enjugando lágrimas
propias
ajenas
traen el universo a nuestra casa
multiplican flores
perfuman

tus manos de amorseda
algarrobo y agua

jueves, 6 de diciembre de 2007

PIANO BAR

Entra al bar con ademán tranquilo, movimientos lentos, mirando alrededor. El lugar es elegante, discreto. Una enorme vidriera se abre sobre la ciudad, las luces de mercurio cuadriculando la noche allá abajo, autos desplazándose lentos, pequeñas hormigas luminosas desde el piso veintisiete de Torres de Manantiales. El mar una sombra oscura allá al fondo, la luna llena colgada en el terciopelo negro del cielo con estrellas.
La mira. Ella está hermosa, bronceada y esbelta, el pendiente que le ha regalado hace un rato brillando sobre el vestido negro.
El maitre les indica una mesa cerca de la ventana. El local no está lleno, varias parejas distribuidas en distintas mesas, un grupo conversa en voz baja con risas apagadas, tres hombres sentados en la barra y el pianista, smoking blanco, desgrana un jazz lento y sinuoso, acariciando el piano de cola negro y brillante.
Los pasos no se escuchan sobre la alfombra y él aprueba moviendo lentamente la cabeza hacia arriba y hacia abajo.
¿Estás cómoda, querida?
Ella cierra los ojos, asiente.
Viene el mozo: Qué se van a servir los señores.
El, sin dudar: Traete un Chandon, extra brut, bien helado.
¿De comer?
El consulta, ella niega brevemente. El mozo se retira.
Vuelve y pone sobre la mesa el balde de hielo, dos copas de cristal, comienza a quitar el capuchón negro de la botella.
El se siente un triunfador. Es un triunfador. Trabaja en España, trabaja duro, de plomero, fontanero le llaman, son diez o doce horas diarias instalando cañerías, luchando con calefones, rompiendo paredes.
Pero aquí, en Argentina, es un príncipe, trae euros y los gasta sin misericordia, casi con rabia, con un regusto a revancha. (Mirá, acá está el gil que se fue sin un mango, acá está el otario. Mirá. Qué querés tomar, yo invito, a vos y a toda la barra. Faltaría más, mi viejo).
El pianista lo mira sin dejar de tocar, él lo saluda con un ademán breve de la mano. Mira alrededor, relajado. Se acomoda en la silla. Y cuando intenta cruzar una pierna encima de la otra le pega a la mesa de cristal una patada formidable.
El bar, suspendido en el aire. Ningún sonido que reemplaze al estrépito de vidrios rotos, el suelo es un reguero de hielos y cristales destrozados, todas las cabezas se han girado al unísono y lo miran desde el fondo de un silencio atronador.
El mozo inmóvil, la boca abierta, y el pianista gira en la butaca y se tapa la cara con las manos, ahogando la carcajada que le sacude los hombros.