Dramas de la vida real.
Heinrich Biekelstrufgke, diseñador alemán afincado en Mallorca, “ha recorrido incansablemente los innumerables paisajes montañosos de esta isla maravillosa, apuntando las excursiones más llamativas en un libro titulado, originalmente: Doce excursiones (llamativas) por Mallorca”.
El tipo y su esposa Laura comenzarán su temporada anual de excursionismo con algo liviano, no demasiado cansador.
A ver, acá, página 5.
Excursión número 2: Puig de Galatzó. Dos horas y media, se sube por un pequeño desfiladero entre una enorme pared de piedra, se sigue ascendiendo por una cresta que lleva hasta la cima, hasta el Olimpo, hasta el Galaztó. El auto se dejará en la Font des Pi.
Allí llegan, once de la mañana, el tipo y su Laura, y dejan el auto en plena naturaleza. Junto a otros veinte autos y conductores y acompañantes y parafernalia, todos dispuestos a gozar del monte salvaje y agreste en agradable multitud.
Nuestro libro indica salir hacia la izquierda. Todo el mundo va a la derecha. El tipo y Laura se miran, será por algo, qué hacemos, derecha o izquierda. Priva el sentido gregario y eso de la compañía y el calor humano y allá vamos, en fila india. Grupo heterogéneo, varios alemanes, ingleses. Una docena de mallorquines con el volumen ajustado de fábrica un poquito alto para nuestra discreción pampeana. Entre ellos varios chiquillos, el más pequeño de un par de años, a espaldas de su padre, pensamos que adoptivo porque el niño parece más hindú que Kirshnamurti. Por ahí es una reencarnación mallorquina, uno nunca sabe las circunvoluciones del karma. Las travesuras planetarias.
Seguimos. El tipo y Laura.
Llegamos a la cima. Un monolito con tres espejos, será para que las excursionistas revisen el rimmel, corrijan el rubor. Alcanzame la polvera. Tres espejos, vaya uno a saber. Me acuerdo cuando llega uno al Minotauro, ruta dos, un micro repleto de egresadas, Colegio Nuestra Señora de la Ascendencia, Chañar Ladeao Palaizquierda, Pcia. de Santa Fe. Un pasillo entero de cola.
Media ladera del Galatzó para mirarse al espejo.
Seguimos.
Tomamos mate, comemos una bocata cada uno.
Nuestro plano de Heinrich, un dibujo primoroso hecho a lápiz, con flechas rojas para ir más o menos por acá, más o menos por allá, indica seguir hacia el Oeste. A lo lejos, muy lejos, se ve la bahía de Palma. Hay que descender suavemente por un terreno aparentemente transitable, pasar una especie de cresta de roca que el alemán llama Collado, con fuerte acento bávaro, que no se nota demasiado porque no hay ninguna erre, si no te quiero ver, y una hora más tarde estará lo que llama la engalladura, o enjalladurra (sic Heinrich) por donde podremos descender.
Son la una menos cuarto.
Nadie sigue el camino de Heinrich. Todo el mundo vuelve por donde subimos. Laura y el tipo se miran.
Nosotros, con Heinrich. A morir.
Se alejan. Dos figuras pequeñas perdiéndose en la cresta del Galatzó. Frodo y Sam Samsagaz desapareciendo entre los jirones de niebla, los mantos élficos perlados por diminutas gotas de rocío.
El terreno, de lejos aparentemente transitable, es en realidad un campo de rocas grandes, espinillos duros como un cepillo, desniveles y piedras sueltas que obligan a avanzar despacio, tanteando. Llegamos a la cresta de roca. Cada tanto hay un pequeño monolito de piedras amontonadas que indican por dónde seguir, pero van hacia el otro lado llevándonos a la derecha de la cresta de piedra, cuando la engalladura de Heinrich queda a la izquierda. Resolvemos cortar camino subiendo la cresta y encontramos otro sendero de monolitos.
Gracias Heinrich.
En su defensa hay que decir que venimos en sentido contrario a su itinerario, es decir que cuando él dice derecha hay que leer izquierda, el norte es el sur, que también existe y el blanco es el negro.
Seguimos.
Llegamos a un montículo de piedras y de allí hay que mirar en busca del que viene, pero en una de ésas, sin previo aviso, sin decir agua va (ni agua viene, para Heinrich), los monolitos finish. No hay más. Kaputt. Finito.
O por lo menos no los ven, ni el tipo ni Laura, que siguen caminando en busca de la engalladura, para bajar. Que vista de abajo como la dibuja Heinrich no es lo mismo que de arriba. De arriba no se la ve. Y estamos arriba, condenadamente arriba. El camino, la civilización, el hogar, trescientos metros más abajo. En el medio, la nada, el precipicio. El vacío.
El baqueano alemán habla de un pino solitario, hasta lo dibuja, vea, allí, en la abertura. Nosotros vemos cuatro o cinco pinos solitarios, no todos juntos si no no serían solitarios. Uno a doscientos metros, otro a cuatrocientos, otro a setecientos ochenta y dos, da lo mismo.
Y caminamos.
Ya son más o menos las tres y la abertura para bajar al camino de tierra salvador, trescientos metros allá abajo, ni viva ni muerta. El terreno transitable ya es definitivamente un laberinto de rocas que se mueven en silencio para que uno tropiece. Estamos en el medio de la nada montañosa más solos que la una, avanzando con cuidado de no dejar medio tobillo en una piedra suelta, mirando una y otra vez el librito del Heimrich suputamadre a ver si podemos ver desde arriba la dichosa abertura que él tan bien describe desde abajo.
Y nada. No hay manera de bajar.
Tres y media.
El sol todavía está alto. Ya está un poco más cerca el momento en que haya que decir “todavía” queda algo de luz, y creo que tendremos un problema, jiuston.
Reptando entre las piedras subimos y bajamos lomadas, siempre hay otra más después de la última. A nuestra izquierda rocas muy altas, después el precipicio. Debajo, muy abajo, el camino donde tendríamos que estar si encontráramos la abertura. La dichosa engalladura.
Ponemos hora. Si para las cuatro y cuarto no encontramos nada, avisamos a alguien.
Cuatro y media.
El tipo ha explorado un par de posibilidades, ha arrastrado su culo fatigado por pendientes pronunciadas de piedra suelta hasta no ver lo que había más allá. Posiblemente una caída vertical, porque el suelo sigue mucho más abajo. Volver a subir. El pino solitario está allí. Siempre hay un pino solitario en el Galatzó.
Cuatro y treinta y cinco.
Teléfono móvil. El tipo disca cero noventa y dos.
Policía local, buenas tardes.
Este, mire, don, acá estamos subidos al Galatzó, y no encontramos la bajada, vea. Je. A ver si hay alguien que conozca un poco esto y nos indique. Es que se nos viene la noche, sabe. Je. ¿No lo conoce a Heimrich?
A ver, espere, comuníquese con el ciento doce.
Gracias.
Suerte.
(Ciento doce).
Atiende Carolina, fuerte acento alemán. Por ahí es prima de Heinrich.
Aló
Ah, hola mire, resulta que (todo el discurso) y que no está la bajada.
A ver un momento, ¿Cómo se llama? Respondo ¿Tiene agua? ¿Tiene comida? ¿Tiene ropa de abrigo? Respondo a todo que no, cada vez me siento más estúpido. Carolina suena comprensiva, amable. Eficiente. Germánica. Teutona.
Espere un momento en línea, intentaré comunicarle con algún compañero.
Espero en línea.
Carolina: Lamentamos, Fernando, no ubiqué a nadie. Pero cuelgue, le llamaremos en un momento.
Un momento ¿cuánto?
Un momento.
Y allí nosotros, cinco menos cuarto, el sol todavía alto.
Ese todavía suena a noche cerca. Lobos. Los famosos cóndores mallorquines del Galatzó. Negros, de aperitivo pupilas de humanos, dicen.
Suena el móvil.
Fernando, acá de la guardia civil, ¿están ustedes perdidos? Sí. ¿Cuántos son? Dos. ¿Se encuentran bien? Perfectamente, vea, pero no encontramos la bajada. Je. ¿Tienen ropa de abrigo, mantas, alimentos, agua? No, No, No.
Bueno, le llamaremos. ¿Cómo te llamas? Soy Pedro. Bueno.
Ocho minutos. Suena el móvil.
Hola, ¿Fernando? Si. ¿Están ustedes perdidos? Sí, ¿habla Pedro?. No, soy Guillermo, de los grupos de rescate. Ah, hola Guillermo. ¿Cuántos son? Dos. ¿Están bien? Sí. ¿Dónde están? En el Galatzó. Ya, pero dónde. Y qué se yo dónde, acá hay unas rocas, varios pinos solitarios. Ah. ¿Tienen…? No, no tenemos agua, ni mantas, ni linterna, ni fósforos, ni mapa, ni comida, ni una mierda, así que en lo posible vengan antes de la noche. (Esto el tipo lo ha pensado, no lo dice, siempre mantiene la calma y el buen humor.) Vale, Fernando, le llamaremos. Eh, hola, Guillermo. Sí. ¿Y qué harán hasta que me llamen? Intentaremos encontrarlos, ¿dónde han dejado el coche? En el Font des Pi. ¿Dónde? (Joder, se supone que éstos son los expertos) En el Font des Pí. Ah, vale (no muy convencido, no debe tener ni puta idea de dónde queda el fondespis) . No se muevan de dónde están, Fernando. Vale. Esperamos.
Seguimos esperando.
Camino a ver si en una de ésas, la bajada.
Bajo a otro barranco, parece que hay algo parecido a un derrumbe de piedras. Quizás por ahí…
Suena el mòvil.
Hola ¿Fernando? Sí. ¿Están ustedes perdidos? Coño, sí, ¿quién habla ahora? Soy Felipe de Asturias. (Cagoendié, el que faltaba) ¿Qué tal Mi Alteza como va con Letizia? Mi Alteza no, Su Alteza. Por eso digo, es Su Alteza de usté, si yo digo Mi Alteza es como mía, vio, yo no quiero usurpar a nadie, bueh, déjelo (encima de espejismo, complicado).
Una cabra muerta, una baranda a podrido, no es un espejismo. Siniestro presagio de una noche en la montaña. Ay madre, qué suspenso.
Móvil
¿Fernando? Sí, quién es ¿Guillermo? No, Pedro. Ah, hola Pedro. ¿Cómo vais? Bien, creo que encontré algo que puede ser la bajada. ¿Pero dónde estáis? No sé, Guillermo, caminando en dirección a Palma.
Ah, a Palma.
Mira, Guillermo, si me das quince minutos te podré decir si voy por buen camino.
Vale, pero manténme al tanto para saber si desmontamos el operativo (Operativo, joder) Es por el helicóptero, sabes. (Helicóptero, joder)
Vale, te aviso.
Pasan cinco minutos. Móvil
¿Fernando? ¿Pedro? No, Guillermo. Ah, hola Guillermo ¿Cómo vais y resto de la perorata, etcétera? En quince minutos te llamo. Vale.
Dos minutos. Móvil.
Hola Fernando.
Hola Guillermo.
No, soy Pedro, ¿has llegado al camino?
No, pero creo que voy bien, dame quince minutos. Bueno, para desmontar etcétera. Bueno. Te llamo. Vale.
Cuatro minutos.
¿Fernando? ¿Has encontrado el camino? –
(Pero coño, joder, si no puedo caminar, me paso el tiempo hablando por teléfono) No, todavía no, pero creo que voy bien.
Bueno, avísame.
Sí, para desmontar.
Si, eso. Pero oye… ¿Y tú cómo sabes lo de desmontar?
Son años.
Vale.
Ocho pasos. Móvil.
¿Fernando? (macho, dejar vivir) Habla Carolina. Ah, Carolina, tanto tiempo. ¿Vosotros sois los que estáis perdidos? Estooo, a ver, Carolina…Carolina…
¿Hola? ¿Hola?
Miro el móvil. Sin señal.
Incomunicado y agradecido por fin el tipo, reunido desde hace un rato con Laura llega, después de un penoso descenso estilo tobogán por un riacho de piedras sueltas, al camino. Finalmente.
Son las seis de la tarde.
Y aparece el helicóptero, que se viene escuchando desde hace un rato largo. Laura agita campera roja atada a un palo.
Y película con bandera española ondeando al viento, el pájaro de acero hace majestuoso aterrizaje en camino de tierra, el tipo no puede respirar, Laura escapa de la nube. No se ve nada, el aparato detiene el motor, se abre la puerta, baja Guillermo. Guardia Civil, joven, muy atento: ¿Eres Fernando? (Nop, soy caperucita) Sí, ¿eres Guillermo? Si. Hola Guillermo. Hola Fernando. ¿Estáis bien? Sí, un poco cansados. No tenemos mantas, ni ná de ná. ¿Qué dices? No, nada, que muchas gracias.
Bueno, resulta que nos pasamos un par de horas más de la dichosa abertura, y estamos del auto muy pero muy lejos.
Nos suben al helicóptero y vuelo de bautismo. Una maravilla. Todo el mundo tendría que andar en helicóptero, no se nota la altura. Todo suave, todo estático.
Aterriza en una finca con pinta de hotel rural, y allí nos recoge una todoterreno y aparece también una camioneta roja de los bomberos, (aparte, también los bomberos) de donde se baja Pedro. Falta Carolina, que no viene. Felipe de Asturias no ha vuelto a llamar.
Nos llevan al auto. Emocionados, nos despedimos. De Pedro. De Guillermo. De Carolina. De Alfonso el Sabio.
FEBRERO 2004